Lo que se juega en las albercas

La semana pasada Simone Manuel se convirtió en la primera Afro-Americana en ganar una medalla olímpica en natación. Fue un hecho realmente revolucionario: en 1953, un hotel en Las Vegas vació su alberca después de que la estrella de cine Dorothy Dandridge metió el dedo gordo de su pie. Otra fue vaciada cuando Sammy Davis Jr. se atrevió a nadar en ella. De hecho, las albercas fueron unos de los últimos lugares en permitir la mezcla entre “razas”, mucho después que en las escuelas.

Las albercas son un espacio ideal para un estudio micro-sociológico de lo que Goffman llamaría el frontstage y el backstage de la vida cotidiana. Ahí lo privado se vuelve público, uno no puede escapar del cuerpo. El agua –como elemento compartido– pone en evidencia el espacio comunal.

Por eso, las albercas,  son las primeras arenas para el cambio cultural: en los países de tendencia socialdemócrata –como Austria– el acceso las albercas fue una de los primeros derechos ciudadanos, la construcción de piscinas públicas, una innovación que puso en crisis los roles tradicionales de la aristocracia. Como escenarios, las albercas son espacios  propicios para el racismo: fueron los primeros lugares en prohibirle la entrada a judíos en el Europa Nazi.

Las albercas se han utilizado para exhibir el cuerpo del ciudadano “ideal”, quizá por eso se utilizan como recursos simbólicos del nacionalismo. La que visitaba cuando vivía en Estambul estaba enmarcada por una gigantesca bandera turca y un perfil de Ataturk viendo hacia el infinito. Abajo caminaban los ciudadanos turcos, conscientes de que, en su derecho a sumergirse juntos, se jugaba algo más que el amor por nadar.

La historia del bikini y de las diferentes prendas utilizadas en albercas por mujeres muestran claramente el rol que se les asignaba a ellas en la sociedad en cierta etapa histórica. El destaparse la parte de arriba del cuerpo, en los setentas, era un símbolo feminista que pretendía expresar igualdad.

Hoy en día, los modales de comportamiento en las albercas están siendo cuestionados por la presencia de inmigrantes musulmanes. En Nueva York hubo recientemente una controversia sobre una petición, realizada por ciudadanos musulmanes, para dividir el uso de albercas en los diferentes sexos. Apenas la semana pasada, en Francia, se prohibió el uso de burkinis: una prenda utilizada por mujeres musulmanas para nadar.  Según el estado, su uso iba en contra del espacio público secular.

Una de las controversias más álgidas sucedió en Austria, cuando hubo acusó de violación implicando a un refugiado Iraqi, en los baños. La historia llegó hasta la plana nacional, En otra historia, una niña que había sido “violada” confesó, tiempo después, que su acusación era una mentira; sin embargo, eso no evitó que, recientemente, tres refugiados se ahogaran en una, sin que nadie los ayudará.

La tensión entre los nuevos inmigrantes y los ciudadanos se me reveló entrando a una alberca pública en Viena cuando me topé con el señalamiento representado arriba.  Al preguntar sobre el mismo me dijeron que era relativamente nuevo, y que expresaban una preocupación por el comportamiento público de los inmigrantes árabes, no acostumbrados a estar expuestos al cuerpo femenino.

Independientemente de cómo se resuelvan estas tensiones una cosa es seguro: en la alberca la negociación con el otro adquiere primacía, poniendo en cuestión roles que se toman como normales. Como tales, las albercas son arenas propicias para estudiar el cambio cultural. El caso de Simone Manuel es el más reciente. Ojalá haya muchos más como ella.

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